Reseñas

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Sergio Fontana/Realidades colmadas de irrealidad

“Una imagen es un acto y no una cosa.”
Jean-Paul Sartre

TRAS años y kilómetros de distancia, 12.726 para ser exactos, surge la figura de Sergio Fontana Gaete, diseñador gráfico de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, quien hace más de 35 años, parte a Australia, buscando un lugar para desarrollarse. Un aliciente para que mucha de la creatividad demostrada en Chile, en sus inicios, en la exposición 10 años de Diseño Gráfico – Memorias de título (1972-1982), en el Museo de Bellas Artes de Santiago de Chile y el Primer Premio de Gráfica Utilitaria del Mercurio (1984), se acrecentara y tomase cuerpo a través de distintas series, algunas más desarrolladas que otras, pero que de por sí dan cuenta no sólo de su intransable apego por la fotografía, sino porque casi sin percatarse se ha transformado en un incansable obrero de la imagen.

Digo esto, ya que en algunos casos parte de una toma no del todo lograda. Pero, así como el escultor ve en la roca de granito o basalto algo oculto, él intuye en las imágenes una relectura en la que invita al observador a explorar los caminos de lo sensorial, atravesando territorios imposibles, supeditados al afán obsesivo de un recurso tecnológico con el que saca a relucir lo mejor de esos instantes enardecida y celosamente guardados en el inconsciente de su autor.

Un derrotero que más que un signo identificatorio, acaba por ser una alternativa en la cual se da licencia para salirse del encuadre tradicional y crear realidades colmadas de irrealidad. Lo que en gran parte se explica por su obcecada preocupación por insistir hasta más allá del desasosiego por crear atmósferas dignas de un sueño, el que de una u otra forma se percibe en gran parte de su trabajo, no exclusivamente fotográfico, el que con esmero, con rigor, pero con un entusiasmo tan arrollador, que a veces eso mismo hace que se disgregue y no termine por darle la consistencia necesaria a una serie que pudiese ser la piedra angular de un conjunto de obras en la cual la sutileza de lo natural se opone a esas realidades ligeramente artificiales, pero donde la búsqueda supera lo predecible en un constante “work in progress”, en el que el autor decide instalarse, agregando y desagregando nuevos modos de ver.

No obstante, entiende muy bien que la fotografía es dibujar con luz, y lo expresa extendiendo un abanico de posibilidades, superando la casuística de lo que la toma te puede ofrecer, agregándole una perspectiva entre metafórica y onírica en cuya intermitencia aparecen –sin proponérselo– todo un andamiaje de intertextualidades que van de la mano de su formación, pero además de las prodigalidades técnicas con las que se da permiso para crear, pero por sobre todo para divertirse, distenderse de la rutina, no sólo laboral o doméstica, sino de la que te obliga a explicarlo todo.

Aquí, por el contrario, vuelve a pasarlo bien, como cuando en su juventud en su natal Talca (Chile), hacía de las suyas, sorteando la timidez y a ratos superando las impuestas ataduras. Eso es lo que se palpa en gran medida en su trabajo.

Por una parte, esa urgente necesidad por volver a la esencia y por otra, el hacer de ésta una búsqueda permanente por liberar a las imágenes de esa claustrofóbica lectura, dejando atrás lo lineal y apostándolo todo por esa irrealidad que intermedia entre la idea inicial, que pudo haberse extraviado en una conversación de sobremesa y la obra misma que compensa con creces el esfuerzo con que fue realizada.

Ricardo Rojas Behm
Santiago de Chile 2021

TRAS años y kilómetros de distancia, 12.726 para ser exactos, surge la figura de Sergio Fontana Gaete, diseñador gráfico de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, quien hace más de 33 años, parte a Australia, buscando un lugar para desarrollarse. Un aliciente para que mucha de la creatividad demostrada en Chile, en sus inicios, en la exposición 10 años de Diseño Gráfico – Memorias de título (1972-1982), en el Museo de Bellas Artes de Santiago de Chile y el Primer Premio de Gráfica Utilitaria del Mercurio (1984), se acrecentara y tomase cuerpo a través de distintas series, algunas más desarrolladas que otras, pero que de por sí dan cuenta no sólo de su intransable apego por la fotografía, sino porque casi sin percatarse se ha transformado en un incansable obrero de la imagen.

Digo esto, ya que en algunos casos parte de una toma no del todo lograda. Pero, así como el escultor ve en la roca de granito o basalto algo oculto, él intuye en las imágenes una relectura en la que invita al observador a explorar los caminos de lo sensorial, atravesando territorios imposibles, supeditados al afán obsesivo de un recurso tecnológico con el que saca a relucir lo mejor de esos instantes enardecida y celosamente guardados en el inconsciente de su autor.

Un derrotero que más que un signo identificatorio, acaba por ser una alternativa en la cual se da licencia para salirse del encuadre tradicional y crear realidades colmadas de irrealidad. Lo que en gran parte se explica por su obcecada preocupación por insistir hasta más allá del desasosiego por crear atmósferas dignas de un sueño, el que de una u otra forma se percibe en gran parte de su trabajo, no exclusivamente fotográfico, el que con esmero, con rigor, pero con un entusiasmo tan arrollador, que a veces eso mismo hace que se disgregue y no termine por darle la consistencia necesaria a una serie que pudiese ser la piedra angular de un conjunto de obras en la cual la sutileza de lo natural se opone a esas realidades ligeramente artificiales, pero donde la búsqueda supera lo predecible en un constante “work in progress”, en el que el autor decide instalarse, agregando y desagregando nuevos modos de ver.

No obstante, entiende muy bien que la fotografía es dibujar con luz, y lo expresa extendiendo un abanico de posibilidades, superando la casuística de lo que la toma te puede ofrecer, agregándole una perspectiva entre metafórica y onírica en cuya intermitencia aparecen –sin proponérselo– todo un andamiaje de intertextualidades que van de la mano de su formación, pero además de las prodigalidades técnicas con las que se da permiso para crear, pero por sobre todo para divertirse, distenderse de la rutina, no sólo laboral o doméstica, sino de la que te obliga a explicarlo todo.

Aquí, por el contrario, vuelve a pasarlo bien, como cuando en su juventud en su natal Talca (Chile), hacía de las suyas, sorteando la timidez y a ratos superando las impuestas ataduras. Eso es lo que se palpa en gran medida en su trabajo.

Por una parte, esa urgente necesidad por volver a la esencia y por otra, el hacer de ésta una búsqueda permanente por liberar a las imágenes de esa claustrofóbica lectura, dejando atrás lo lineal y apostándolo todo por esa irrealidad que intermedia entre la idea inicial, que pudo haberse extraviado en una conversación de sobremesa y la obra misma que compensa con creces el esfuerzo con que fue realizada.

Ricardo Rojas Behm
Santiago de Chile 2021

TRAS años y kilómetros de distancia, 12.726 para ser exactos, surge la figura de Sergio Fontana Gaete, diseñador gráfico de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, quien hace más de 33 años, parte a Australia, buscando un lugar para desarrollarse. Un aliciente para que mucha de la creatividad demostrada en Chile, en sus inicios, en la exposición 10 años de Diseño Gráfico – Memorias de título (1972-1982), en el Museo de Bellas Artes de Santiago de Chile y el Primer Premio de Gráfica Utilitaria del Mercurio (1984), se acrecentara y tomase cuerpo a través de distintas series, algunas más desarrolladas que otras, pero que de por sí dan cuenta no sólo de su intransable apego por la fotografía, sino porque casi sin percatarse se ha transformado en un incansable obrero de la imagen.

Digo esto, ya que en algunos casos parte de una toma no del todo lograda. Pero, así como el escultor ve en la roca de granito o basalto algo oculto, él intuye en las imágenes una relectura en la que invita al observador a explorar los caminos de lo sensorial, atravesando territorios imposibles, supeditados al afán obsesivo de un recurso tecnológico con el que saca a relucir lo mejor de esos instantes enardecida y celosamente guardados en el inconsciente de su autor.

Un derrotero que más que un signo identificatorio, acaba por ser una alternativa en la cual se da licencia para salirse del encuadre tradicional y crear realidades colmadas de irrealidad. Lo que en gran parte se explica por su obcecada preocupación por insistir hasta más allá del desasosiego por crear atmósferas dignas de un sueño, el que de una u otra forma se percibe en gran parte de su trabajo, no exclusivamente fotográfico, el que con esmero, con rigor, pero con un entusiasmo tan arrollador, que a veces eso mismo hace que se disgregue y no termine por darle la consistencia necesaria a una serie que pudiese ser la piedra angular de un conjunto de obras en la cual la sutileza de lo natural se opone a esas realidades ligeramente artificiales, pero donde la búsqueda supera lo predecible en un constante “work in progress”, en el que el autor decide instalarse, agregando y desagregando nuevos modos de ver.

No obstante, entiende muy bien que la fotografía es dibujar con luz, y lo expresa extendiendo un abanico de posibilidades, superando la casuística de lo que la toma te puede ofrecer, agregándole una perspectiva entre metafórica y onírica en cuya intermitencia aparecen –sin proponérselo– todo un andamiaje de intertextualidades que van de la mano de su formación, pero además de las prodigalidades técnicas con las que se da permiso para crear, pero por sobre todo para divertirse, distenderse de la rutina, no sólo laboral o doméstica, sino de la que te obliga a explicarlo todo.

Aquí, por el contrario, vuelve a pasarlo bien, como cuando en su juventud en su natal Talca (Chile), hacía de las suyas, sorteando la timidez y a ratos superando las impuestas ataduras. Eso es lo que se palpa en gran medida en su trabajo.

Por una parte, esa urgente necesidad por volver a la esencia y por otra, el hacer de ésta una búsqueda permanente por liberar a las imágenes de esa claustrofóbica lectura, dejando atrás lo lineal y apostándolo todo por esa irrealidad que intermedia entre la idea inicial, que pudo haberse extraviado en una conversación de sobremesa y la obra misma que compensa con creces el esfuerzo con que fue realizada.

Ricardo Rojas Behm
Santiago de Chile 2021